Primera modificación:
La comunidad chiíta, una de las más económicamente deprimidas, ha empezado a cuestionarse su fidelidad a sus líderes políticos y religiosos y muchos de sus jóvenes se han unido a las protestas para retar el sectarismo.
Las protestas del Líbano, que comenzaron el 17 de octubre, han experimentado un raro momento de unidad nacional, en un país fuertemente marcado por las divisiones confesionales, en donde los manifestantes han ridiculizado a los políticos de todos los partidos y han exigido el fin de la corrupción así como una revisión completa de la política sectaria.
El lema que más se oye es: “todos, o sea todos”, en referencia al grupo Hezbolá, que hasta ahora había sido intocable en el Líbano. La crisis económica afecta a todos los libanes, pero golpea más duramente a los pobres. La comunidad chiíta, una de las más conservadoras, y leales a sus líderes políticos, se ha abierto tímidamente a raíz de las protestas y, ahora, se cuestiona el sectarismo.
Bajo el paraguas del “confesionalismo” se ha paralizado durante treinta años las reformas para un sistema político no sectario en beneficio a las élites.
Tras la guerra civil en el Líbano se buscó una fórmula para un reparto del poder entre los cristianos y musulmanes, que, aunque forman mayoría demográfica, la división se hace en base del censo de 1932, que es el único oficial. Por ende, el presidente del país es cristiano, el primer ministro sunita y el presidente del Parlamento chiíta.
También la Asamblea Nacional, compuesta por 128 diputados, se repartió por partes iguales entre cristianos y musulmanes, e igualmente los ministerios. Pero esta solución, en parte, ahondó aún más las divisiones.
El Líbano sigue siendo una especie de “reino de Taifas”, en donde las cinco principales comunidades sectarias del país tienen sus propias escuelas, universidades, hospitales, medios de comunicación y propiedades.
Oficiales de policía hacen guardia mientras los manifestantes ondean banderas libanesas en una manifestación en la Plaza de los Mártires, durante las continuas protestas antigubernamentales en Beirut el 10 de noviembre de 2019. Andres Martinez Casares / Reuters
Pero, ahora, con la profunda crisis económica, que arrastra una deuda pública de 86.000 millones de dólares, que es el 150% del PIB, se notan más las carencias y aumenta la exigencia de los ciudadanos para que sus necesidades sean solventadas.
El caso de Hezbolá
En el caso de Hezbolá, el movimiento sufre de escasez de fondos como consecuencia de las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos a Irán, que salpican y afectan también al partido-milicia chiíta libanés. Para muchos chiítas las ayudas del “Partido de Dios” son su principal fuente de ingreso.
Como explica a FRANCE 24 el abogado y analista, Bashar Al Lake “si no hay dinero para pagar a las madres de los mártires, las medicinas de los enfermos, o los costes del colegio la gente se te rebela”.
Las cifras no mienten. Más del 25 por ciento de los libaneses viven en la pobreza, según el Banco Mundial. En la ciudad norteña de Trípoli, que se ha convertido en el centro neurálgico de las protestas, el 57% de la población vive en el umbral de la pobreza o por debajo.
El 1% de la población genera casi el 25% del ingreso nacional, mientras que el 50% genera poco más del 10%, según la Base de Datos de Desigualdad Mundial. Además, el Líbano ocupa el puesto 138 (de 180) en la lista de percepción de corrupción de Transparencia Internacional.
Las protestas en el Líbano amenazan la influencia regional de Irán. El cambio que están pidiendo los manifestantes es complicado. Desmantelar un gobierno confesional podría resultar contraproducente ya que provocaría animosidades sectarias si se expulsa a los líderes que están cerca de Irán y a sus aliados fuertemente armados.